Nunca pude armar por completo el rompecabezas de mi padre. Contaba mis años con los dedos de una mano, cuando tuvo la mala idea de ponerse a mirar como crecen los rabanitos desde abajo, así que poco es lo que recuerdo y lo que supe después, me llegó de segunda mano, gracias a mi madre. De su vida de soltero, apenas se algunas cosas que acercaron los relatos de los ancianos de la familia, retazos de retazos de un retrato incompleto que alcanza apenas para suponer los faltantes. Puedo decir que este retrato calza casi perfecto con el arquetipo del Porteño Atorrante de la década del 40 y 50, y tal vez, de los 60, dado que su adolescencia se extendió un poco mas de lo normal, aproximadamente, hasta sus 50 años. Lo cierto, es que mi viejo era un poco chanta, tanguero, mujeriego, aventurero y jugador. Si, toda actividad en la que decidiera el azar, desde las tabas hasta la ruleta, pasando por la perinola y los dados lo atrapaba. Y los burros. Amaba las carreras de caballos.
Cierto domingo, el azar le dio una palmadita en la espalda y estuvo de su lado. Acertó una trifecta* en el hipódromo de Palermo y se volvió a Almagro con una cantidad de billetes bastante gruesa. Vaya uno a saber porqué, tal vez un rapto de insensatez de apostador, evitó que se lo jugara al pase inglés. Con el premio se compró un auto. Según algunos, era un Rambler, para otros un Valiant. Si se que era un auto grande y azul. Lo imagino al volante de un coche gigantesco, digno de un dandy porteño, con molduras de aluminio, tapizado en cuero y detalles de cromo en el tablero y el volante.
Por los relatos, dudosos todos, que me han llegado, el coche le duró poco, según algunos, unas semanas, otros decían que un par de meses. No es que se lo hayan robado, tampoco lo chocó. Simplemente, se lo jugó en una mano de poker.
La historia no es extraña, pero siempre me pregunté ¿que cartas tendría en la mano?
*Jugada combinada en la que hay que acertar a los tres primeros caballos en orden de llegada.
Hace 11 años.
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