Cuando la casa está vacía, en mi escritorio suceden cosas. Imagino a Mc Larty charlando animadamente con Burroughs, una conversación erudita entre Marguerite Yourcenar, Borges y Hans Kirk. Cortazar disfrutando golosamente de los discos de Lester Young y Cannonball Adderley. Bramhs, indiferente ante la mirada y la voz seductora de Cynda Williams, eterna y silenciosamente enamorado de su Clara. Imagino también una discusión encendida entre Saramago y Wagner, que acumula tensión, sube en temperatura y cuando están por irse a las manos, recuerdan que tanto uno, libro, como el otro, disco compacto, no tienen manos para cerrar en puños, y en caso de tenerlas, no tendrían cara para acomodarle un buen trompazo. Así que enojados y decepcionados por la imposibilidad de darse unos desahogadores guantazos, ambos se van a un rincón diferente del escritorio, a demostrar su encono con indiferencia.
Los discos y los libros charlan, discuten, juegan, se divierten. Tienen vida propia.
No se si sucede así o de otro modo, pero cuando no hay nadie, en mi escritorio suceden cosas. Si no, no se como explicar porque, cada vez que busco algo, está en otra parte, pero donde lo dejé no. Buscando entre los libros un volumen de Jack Chambers, apareció (lo creía perdido) Debussy:
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