Cada vez que envejece el almanaque, todos empiezan a enviar saludos de fin de año, buenos augurios, cartas, tarjetas, mails y esas insoportables tajetas virtuales, y se reiteran algunos lugares comunes lo suficientemente cursis como para causar risas en algunos (Yo, por ejemplo) y lágrimas en otros (las viejas de feria, ponele) Lo cierto es que todos empiezan a mirar en su interior buscando algo, vaya uno a saber que, pero lo mas probable es que encuentren unas bonitas vísceras. Creen que es el momento propicio para hacer ese raconto de buenas y malas y tratan de reconocer las lecciones que el camino andado va dejando. Este año (como los anteriores) no me abstuve de tal balance, que a fin de cuentas, uno puede hacer en cualquier otro momento. Yo, ya hice el mio, y si bien coincidió con la fecha, es una mera casualidad. Las conclusiones, bueno, esas no son casuales, y sigue.
Levantar la copa es posible en cualquier momento y lo aprendido, lo errado, y cuanto cargo nos podemos hacer de esto, no requieren un cambio de calendario.
Hace 11 años.
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